Su pensamiento queda reflejado en el trabajo realizado, en el respeto por la persona que pone delante de su cámara y en el tratamiento deliberadamente dignificador de cada uno de los retratos expuestos. 

Está muy lejos de ser una obra oportunista. Todo lo contrario, la marginalidad es difícil de mirar, pero Arturo lo hace con la honestidad del que se ha tomado tiempo para entender a la persona que se pone frente a su objetivo. Es un ejercicio de búsqueda en el que sus protagonistas deciden mostrarse.

Si bien es cierto que habla de tres realidades muy distintas: mendigos, músicos y prostitutas, que ningún caso podemos equiparar, la realidad es que conviven en el mismo espacio, con matices sutiles que podemos ver en su obra. Esta sutilidad, en mi opinión, muestra esa búsqueda de igualdad que el autor reclama para sus retratados.